Juani conocía la verdad. Sus mugrientos zapatos no caminarían por una mejor vida que la que recorría todos los santos días: un lujoso camino de tierra que la llevaba a casa de sus tios postizos. De la escuela a casa y de casa, al campo.
Cuidaba de sus 5 hermanos. Llegados al mundo por un polvo más. Mal echado y sin conciencia. Su madre, Celia, hacía todo tipos de trabajos por mero placer al tio de su marido. Un hombre con más vicios que canas en el pelo y papada. Transmitía asco. No sólo por el aspecto desaliñado sino por el olor a vino rancio y a poca vergüenza.
Juani tenía la tez propia de los González. Color otoño. Otoño marchito y triste. Como el de las postales que se envían con cierta nostalgia. Todos los hermanos eran gotas de agua. Idénticos y escurridizos. Excepto Manuel el pequeño. Él no recordaba a la caída de la hoja caduca. Rozaba más el apellido "bastardo" pero endulzaba la vida de su hermana mayor con una mirada cristalina, azul como las promesas de verano.
La llegada de Manuel al mundo fue la que todos esperaban. La confirmación de que su madre era pansexual de nacimiento.
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